Un espacio para la discusión informada en torno al impacto de las políticas públicas

lunes, 25 de julio de 2011

¿Puede México resolver su problema de imagen?

De un país promesa no estamos convirtiendo en uno sin esperanza. Naciones como Colombia o Brasil, también con realidades de hiperviolencia, son vistos de manera distinta.

Edna Jaime

Ciertamente México tiene un problema de imagen. Fuera de nuestras fronteras, al país se le conoce por sus historias de crimen y violencia. Nuestra reputación está severamente lastimada y debemos encontrar remedios para reivindicarla. Los costos de no hacerlo son enormes y acumulativos.

Me temo, sin embargo, que mejorar la imagen del país a los ojos de nacionales y extranjeros involucra modificar cosas mucho más profundas de las que pretendemos. No vamos a cambiar el rostro del país bajándole el volumen a las notas que nos comprometen con hechos deleznables, ni contratando al mejor publirrelacionista y comunicador del planeta. Esa imagen del país la levantaremos cuando logremos establecer una visión de futuro que tanto nos hace falta, cuando avancemos en el fortalecimiento institucional de México y ataquemos los problemas de fondo que nos mantienen atorados desde hace tiempo: cuando nos miren y nos miremos a nosotros mismos “capaces” de hacernos cargo de nuestro propio destino y empecemos a tener éxitos para mostrar.

Los países que tienen proyecto son los que se ganan el respeto de la comunidad internacional. El resto viene por consecuencia.

Esta reflexión viene a colación por un artículo reciente publicado por la revista Foreign Policy que justamente se hace la pregunta que tomo prestada: ¿puede México resolver su problema de imagen?

La sola pregunta provocó reacciones, los contenidos también. En redes sociales y a través de correos electrónicos se circuló el artículo con alguna anotación. Algunas notas mostraban ofensa por la aproximación del artículo: su énfasis en la imagen y no en las realidades que le subyacen. Otras misivas discutían sobre un tema que ya parece añejo: nuestra proclividad a ver el vaso medio vacío y obsesionarnos con ello. Más que el artículo en sí, las reacciones a él me hicieron pensar.

Ciertamente el problema de imagen de México es secundario, un subproducto de una realidad cruda, crudísima, que no podemos esconder aunque así lo pretendiésemos. Pero también es cierto que no todo el país arde en llamas y que a pesar de la abrumadora realidad de violencia, México marcha.

Lo que en el fondo es verdaderamente perturbador, es lo impotentes que nos sentimos para darle la vuelta al problema.

La imagen de México se ha deteriorado sí, por la hiperviolencia, por la corrupción, por la incapacidad de los gobiernos, por escándalos de distinta naturaleza, pero más que nada, porque no hemos podido ser capaces de trazar una ruta para empezar a resolverlo.

De un país promesa no estamos convirtiendo en un país sin esperanza. Países como la propia Colombia o Brasil, también con realidades de hiperviolencia, son vistos de manera distinta. Puede ser que manejen mejor su imagen, que tengan pactos con los medios más eficaces para regular los flujo de información sobre el crimen o de plano para silenciarlos. Lo cierto, sin embargo, es que allá parece que hay alguien a cargo y que lo que se hace rinde resultados. Acá no se logra cosechar, ni siquiera aparentar que vamos por buen camino.

No hace mucho tiempo México quiso perfilarse como una potencia emergente. En aquel entonces, finales de los ochenta principios de los noventa del siglo pasado, las condiciones objetivas de México no eran mejores de lo que son ahora: el país era más pobre, con la desigualdad de siempre y una economía que apenas salía de largos y penosos años de crisis. Como sociedad compartíamos el desánimo de haber atravesado un túnel al que no se le veía salida. En aquel entonces una serie de medidas y decisiones de política, y un grupo de reformas muy sustantivas, nos treparon en los rieles que dieron sentido de dirección a nuestro desarrollo. Cuando eso sucedió la imagen del país se transformó. Cambió para nosotros como también cambió para terceros. Lo que pasó después es materia de otra discusión, y en buena medida explicación de nuestra situación actual. Pero el punto es evidente: cuando existe un sentido de dirección, los problemas mayúsculos se perciben como manejables. Cuando el sentido de dirección está ausente hasta el asunto más menor provoca una catástrofe.

A nosotros nos falta brújula y sentido de futuro. México camina por inercia pero no necesariamente impulsado por un proyecto que trascienda sexenios. Establecer un derrotero y los peldaños fundamentales para llegar ahí nos ayudaría mucho a alinearnos y animarnos. Cosechar algunos logros nos permitiría cambiar la imagen devaluada que tenemos de nosotros mismos y el reflejo de esto hacia el exterior seria inmediato. Ojalá seamos capaces de plantearnos una meta compartida.


*Directora de México Evalúa

edna.jaime@mexicoevalua.org

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lunes, 18 de julio de 2011

Un liderazgo ausente

Dejamos atrás la era de un Presidente todopoderoso y hemos entrado a una fase en la que la gran mayoría de gobernadores ejerce el poder sin contrapesos.

Edna Jaime

Dice el dicho que todos los caminos llevan a Roma. En el país todo problema público de envergadura nos lleva al mismo lugar: la disfuncionalidad de nuestro arreglo federal. Luego de una centralización extrema del poder, los recurso y las decisiones, hoy tenemos un tablero nacional en el que impera el desorden casi en cualquier tema. Tenemos una orquesta en que cada músico toca su propia partitura, a su propio ritmo y cadencia, mientras el director tapa sus oídos con una mano y con la otra mueve la batuta pretendiendo que dirige. Este es nuestro drama, dejamos atrás la era de un Presidente todopoderoso y hemos entrado a una fase en la que la gran mayoría de gobernadores ejerce el poder sin contrapesos. No hay en la federación un impulso, ni siquiera la tentación, de tomar el papel de liderazgo y la autoridad que lo corresponde. Así, hemos quedado a merced de las circunstancias.

Este es el problema real: no se ve por dónde jalar la hebra para arreglar el desorden al que hemos arribado, que es consecuencia de un proceso de cambio político que el realidad nunca se meditó, simplemente se dio. Existía una suposición que me parece todavía persiste, de que la competencia política sería un mecanismos que lo arreglaría todo. Y ciertamente la competencia siempre altera conductas de manera positiva. Pero eso que se dio a nivel federal no trasminó necesariamente a los estados. En la gran mayoría de ellos la pluralidad nunca llegó y los gobernadores se convirtieron en amos y señores: sin tener que rendir cuentas el poder supremo de antaño, pero tampoco a una base ciudadana. A lo anterior se sumó un agravante: recursos en cantidades cada vez mayores que los gobernadores han usado con enormes márgenes de discrecionalidad. Con el dinero, se ha afianzado el poder de nuestros nuevos caudillos locales.

Los mexicano sabemos que un poder sin contrapeso es muy dañino. El poder no limitado de muchos ejecutivos estatales está haciendo mucho daño a sus respectivas entidades. Hay cosas que suponemos por lo que vemos: inversiones muy limitadas en infraestructura y gastos excesivos en rubros como servicios personales, burocracias, comunicación. Pero seguramente hay muchos otros excesos que no alcanzamos a ver. Lo ha documentado el IMCO en sus trabajos: los mecanismos de presupuestación y de contabilidad gubernamental de la gran mayoría de las entidades no nos permite conocer a ciencia cierta cómo y en qué se están destinando y ejerciendo los recursos. En algunos estados, los presupuestos se conforman con unos cuantos rubros, detrás de los cuales se puede esconder de todo. Lo mismo sucede con la contabilidad gubernamental. Cada quien registra como Dios le da a entender. Y todo esto sucede en contextos en los que mecanismos formales de contrapeso, de fiscalización y control de gasto están ausentes. Ya sea porque las mayorías en los congresos son leales a los ejecutivos estatales; ya sea porque los órganos de fiscalización superior están maniatados por falta de recursos o integrados con personal de confianza del gober. Por dónde le miremos, tenemos un problema mayor.

Hoy el Ejecutivo señala a los otros órdenes de gobierno como responsables del fracaso de algunas políticas públicas y se deslinda de los resultados. En mi opinión, el Ejecutivo federal está más implicado de lo que parece o quisiera en la problemática que él mismo señala como ajena. Si bien ya no cuenta con los mecanismos para destituir a los gobernadores descarriados, mucho menos meter la mano en las cuentas de los estados, sí podría asumir un liderazgo en varios frentes que podrían atenuar los inconvenientes que se han presentado.

En primer lugar, la federación debería convertirse en un centro de decisión “inteligente”. A qué me refiero, a plantear las líneas estratégicas sobre las que el país debe avanzar. En palabras más simples: sentar una visión de futuro. Sin ella, federación, estados y mexicanos todos, caminamos sin rumbo y con el riesgo de perdernos a cada momento. En segundo lugar, debe fortalecer los mecanismos de contrapeso con que cuenta vis a vis las entidades federativas. Uno de ellos son los delegados federales en los estados. Inconcebiblemente, ¡ha cedido el nombramiento de estos cargos a los propios gobernadores! Un tercer punto: la federación debe convertirse en el garante de la calidad de servicios que prestan gobiernos subnacionales. ¿Cómo? Con un robusto sistema de indicadores. La federación tienen las capacidades técnicas, humanas y los recursos para hacerlo con relativa facilidad. También podría apurar los procesos de armonización contable, proponer fórmulas de asignación de recursos en el que se pondere con más énfasis la recaudación propia, entre muchos otros mecanismos.

No necesitamos regresar a los esquemas de pasado para que la federación tenga un ascendiente eficaz sobre los gobiernos estatales. Necesitamos una federación dispuesta a usar lo que tiene a su alcance en lugar de esconder la cabeza. El país necesita en estos momentos que ejerza su rol.

*Directora de México Evalúa

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martes, 12 de julio de 2011

¿Y si regresa el PRI?

Los resultados de las encuestas de salida que empiezan a publicarse mucho nos dirán sobre las motivaciones y razones por la que los electores tomaron la decisión de encumbrar al PRI en estas contiendas, particularmente las de Coahuila y el Estado de México.

Edna Jaime

Está en la boca de todos: el PRI puede recuperar la Presidencia en 2012. Las elecciones del pasado domingo alimentan esa percepción cada vez más extendida: como en sus mejores tiempos, el PRI arrolla y deja a sus contendientes kilómetros atrás.

Los resultados de las encuestas de salida que empiezan a publicarse mucho nos dirán sobre las motivaciones y razones por la que los electores tomaron la decisión de encumbrar al PRI en estas contiendas, particularmente las de Coahuila y el Estado de México. Pero más allá de las muchas explicaciones posibles, lo cierto es que el PRI está de vuelta. Bueno, en realidad nunca se fue. Y justo es este hecho, el que el partido no confrontara una derrota apabullante y se haya mantenido todos estos años como el factótum de la política nacional, lo que explica por qué no buscó reformarse. Le bastaron ajustes marginales y ciertos entendidos internos para recuperarse y posicionarse aventajadamente rumbo a la justa de 2012.

El que el PRI esté de vuelta no puede disociarse de las decisiones que los gobiernos panistas fueron asumiendo a lo largo de sus administraciones. Vicente Fox decidió muy temprano en su gobierno que prefería cogobernar con el PRI antes de sentarlo en el banquillo de los acusados. Tácitamente también decidió no confrontar a los intereses corporativos que se gestaron y acompañaron al PRI en el viejo régimen. Se buscaron acomodos pero no el rompimiento. En momentos clave para la transición democrática del país, se prefirió pactar con el pasado que construir las bases de un país más democrático y más próspero. Y toda decisión tiene consecuencias. Al no profundizar en la creación y fortalecimiento de instituciones democráticas y al dejar estacionadas reformas de primera importancia para el crecimiento del país, se gestó una realidad llena de ambigüedades que se revirtieron contra el propio gobierno. Posicionamientos como los de López Obrador tuvieron eco en sectores importantes de la sociedad mexicana justamente por las expectativas incumplidas del primer gobierno de alternancia. En esos años la economía no creció vigorosamente, ni se avanzó en la construcción de instituciones que le dieran funcionalidad a la democracia naciente.

El presidente Calderón no llegó con el bono democrático de su antecesor y sí con una elección cuestionada que, hay que reconocerle, en unos cuantos meses superó. Pero quizás este tropiezo de arranque limitó los horizontes de lo que era capaz de emprender. A mi parecer no hubo ambición en su agenda ni tampoco ha habido logros notables en ningún ámbito. Ni siquiera en el tema de la seguridad, la prioridad de la administración, entregará cuentas razonables. Al igual que su antecesor, optó por administrar las circunstancias en lugar de transformarlas y hoy seguimos siendo un país lleno de contrastes y ambigüedades: próspero pero con regiones profundamente rezagadas; corporativo pero también ciudadano; competitivo pero a la vez capturado por intereses de grupos particulares. Es este México atorado en sus contradicciones el que abre sus puertas al retorno del PRI a la Presidencia de la República.

La pregunta de fondo es si en estos años la sociedad mexicana ha sufrido algún cambio. Algunos podrán argumentar que un eventual retorno del PRI es signo de una sociedad que sigue mirando al pasado, corporativa en esencia, acostumbrada a prácticas patrimoniales más que al ejercicio de la ciudadanía plena. Para otros, el que se mire al PRI como opción es resultado de un enfoque pragmático y de la añoranza de los gobiernos efectistas del pasado. Se sacrifica un poco la convicción en valores democráticos con tal de salir del marasmo. Lo cierto es que un eventual retorno del PRI nos pondrá a prueba a todos: a las incipientes instituciones democráticas que deberán contener la propensión de un partido a ejercer el poder sin contrapesos; al propio PRI que regresa por sus fueros, pero sin la capacidad real de recentralizar el poder y restaurar los mecanismos de control del pasado; y a nosotros los ciudadanos que debemos defender y preservar los espacios de libertades y derechos que con tanto esfuerzo hemos conquistando. El eventual regreso del PRI a Los Pinos nos dirá si construimos una democracia con pies de barro o si se avanzó lo suficiente para contener la propensión a ejercer un poder desmesurado.

Aunque no tengo las evidencias en las manos, sospecho que los mexicanos ya no embonamos en los moldes del viejo PRI. Será interesante presenciar el encuentro de un partido que no se reformó y una sociedad que penosa y lentamente ha soltado sus amarras con el pasado. Veremos si el desfase augura nuevos tiempos para el país.

*Directora de México Evalúa

edna.jaime@mexicoevalua.org

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lunes, 4 de julio de 2011

Gasto en seguridad

Juan Ciudadano
4 Jul. 11

Si en el último año y medio no ha habido un cambio radical en el manejo del gasto en seguridad en México, estamos en problemas.

Según la revisión de la cuenta pública que hace la Auditoría Superior de la Federación, revisada y bien sintetizada por la organización México Evalúa (www.mexicoevalua.org); el 60 por ciento de lo que se gasta en seguridad en el País es ejercido por los estados o los municipios.

De estos recursos -que han aumentado de manera importante en la última década- la correlación entre presupuesto para seguridad y reducción en incidencia delictiva es del 0.6 por ciento.

Gastamos mucho, pero se pone poca atención en el impacto de lo erogado.

Se han iniciado programas ambiciosos -y probablemente pertinentes- en materia de seguridad. Lo que falta es quien le dé un seguimiento puntual al cumplimiento de compromisos relacionados con aquellos proyectos que involucran a autoridades federales y locales.

Al parecer el problema no es de iniciativas sino de "acabativas".

Van cinco botones de muestra de compromisos supuestamente fundamentales para abatir la inseguridad que, sin embargo, hasta la última revisión parecían dejados a medias: - El Registro Nacional de Personal de Seguridad Pública tenía a finales del 2009 un avance de sólo 56 por ciento. Es decir, no tenemos concentrados los datos ni de la mitad de las personas que trabajan en asuntos relacionados con la seguridad en el País. Lo que más preocupa es que venimos de niveles de registro del 80 por ciento en 2008; es decir se han relajado las exigencias de registro de información para las nuevas plazas.

- El Informe Policial Homologado (IPH) que sería uno de los pilares de la inteligencia policial se cumple al 40 por ciento. Esto, aún y cuando el Gobierno federal previó formas de obligar su cumplimiento condicionando recursos. A diciembre de 2009, el 37 por ciento de los municipios adheridos al Subsidio para la Seguridad Pública en los Municipios (SUBSEMUN) todavía no adoptaban el IPH.

- El Registro Nacional de Armamento y Equipo muestra un avance de 68 por ciento. Además, este registro reporta casi un 20 por ciento menos de armas registradas en 2009 con respecto al 2008, sin que desde el Sistema Nacional de Seguridad Pública se ofrezca una explicación de esta reducción.

- Siendo el proceso de depuración de las fuerzas de seguridad una prioridad reconocida tanto por autoridades como por la sociedad, durante el año 2009 el sistema de evaluación de confianza a policías tuvo un porcentaje de avance a nivel nacional de sólo el 8 por ciento.

- El registro de información penitenciaria existe a un 41 por ciento, y hay estados en los que todavía no se inicia la entrega de información a esta base de datos nacional.

El reporte elaborado por José Tapia y publicado por México Evalúa que dirige Edna Jaime concluye que: 1. El Estado mexicano necesita mejorar aceleradamente la coordinación y comunicación entre los distintos órdenes de Gobierno y las diferentes agencias oficiales. Esta falta de coordinación es fuente de desperdicio de recursos y además diluye las responsabilidades de los actores públicos.

2. Estamos urgidos de acelerar los niveles de transparencia y rendición de cuentas conforme al principio de máxima publicidad. Necesitamos matrices de objetivos con resultados actualizados y autoridades presentando avances en cada uno de los programas estratégicos al menos cada tres meses.

3. Faltan evaluaciones de desempeño. La percepción de la ciudadanía sobre el nivel de avance o retroceso en materia de seguridad tiende a basarse en información anecdótica. Esto es entendible pues hoy todavía no tenemos sistemas de evaluación acreditados y de fácil entendimiento a los que la gente se pueda referir al tratar de explicar dónde estamos parados en materia de seguridad.

El año pasado nos gastamos como País 197 mil millones de pesos en seguridad. Para dimensionar esta cantidad sirve aclarar que en educación se gastaron 211 mil millones.

¿Seguimos permitiendo que se aumenten, año con año, los recursos destinados a la seguridad a costa de la educación, la salud, la infraestructura, y el alivio a la pobreza?

¿O mejor exigimos cuentas de a dónde fue cada peso y qué resultados permitió?

juanciudadano@juanciudadano.com

Los significados de la palabra presidencial

Lo que está en juego en el tema de la seguridad no son solamente cifras de un parte de guerra, sino vidas humanas rotas o marcadas para siempre.

Edna Jaime

En la más reciente sesión del Consejo Nacional de Seguridad Pública se escucharon palabras distintas. Con la reunión de Chapultepec todavía resonando en la opinión pública, el Ejecutivo federal incorporó elementos discursivos que no se le habían escuchado con anterioridad. Fijó su atención en las víctimas y su dolor. Así, sustentándose en demandas legítimas de las muchas voces de mexicanos que ha escuchado desde que decidió abrirse a dialogar con ellos, encomió a los gobernadores de los 31 estados presentes a abrir también los canales de su sensibilidad. Lo que está en juego en el tema de la seguridad no son solamente cifras de un parte de guerra, sino vidas humanas rotas o marcadas para siempre, también el desasosiego de miles de vivir en comunidades inseguras exponiendo la vida, el patrimonio y la tranquilidad, les expresó.

Por estos nuevos tonos y palabras, el Consejo Nacional de Seguridad fue diferente. Difícil saber si inaugura una nueva fase en la lucha contra el crimen, si las palabras tendrán un significado en la acción. Lo que parece un hecho es que en la recta final de su mandato, el Presidente desliza la losa de sus espaldas para que también la carguen sus contrapartes en los estados. Y por eso el cambio de énfasis y sus referentes. Habló del obrero al que le roban la quincena, el padre de familia que es despojado violentamente de su patrimonio, en fin, de incidentes cotidianos y frecuentes que las fuerzas federales no están llamadas a combatir. Gran habilidad mostró el Ejecutivo al hablar de la seguridad de las personas y ya no de la abstracción de la seguridad nacional. Ya no recurrió a la imagen del Estado amenazado si no a la del individuo victimizado doble y triplemente: primero por el delincuente, luego por la autoridad y por la falta de justicia. Al bajar de nivel, abre otras rutas a sólo el enfrentamiento sin cuartel. Abre agendas que estaban relegadas. Primero, a la del fortalecimiento institucional. Reconoce que la falta de capacidades y la impunidad reproducen la espiral del crimen y la violencia. Pero también ahora hay rendijas abiertas al tema de la prevención y la necesidad de crear una estructura de oportunidades equilibrada para todos los que habitamos este territorio.

Hace casi un año el presidente Calderón abrió un diálogo con un grupo de ciudadanos. Desconozco la intención original de la iniciativa pero el contexto de creciente descalificación de su actuación, sin duda lo motivó a buscar ese acercamiento con la sociedad. En estos encuentros, el Presidente explicitaba la lógica de sus acciones queriendo convencer de sus decisiones y las razones de su intervención. Varios meses después, al parecer, las brechas se han cerrado: ha sido el Presidente el que se acerca, al menos discursivamente, al sentir de un grupo importante de la sociedad y, sobre todo, de aquellos que han tenido pérdidas y ese hecho les da a su voz una fuerza especial.

No significa que mañana el Presidente tome la iniciativa de replegar al Ejército y fuerzas federales de las zonas de conflicto. No lo puede hacer. Quienes claman por tales acciones no han de conocer el sentimiento de desamparo que se siente cuando no hay fuerzas del orden limpias y en suficiencia para reducir el riesgo de ser victimizado. Sí puede el Presidente, si sus palabras y acciones han de tener congruencia, buscar complementos a la estrategia que le den más efectividad y reduzcan su enorme costo en vidas humanas. Existen experiencias internacionales que demuestran que hay maneras de contener al crimen y la violencia de maneras menos caras a las que hemos tenido en los últimos años.

Debe también predicar con el ejemplo: el jueves pasado en Campo Marte, exhortó a los gobernadores a ser sensibles al sentir de las víctimas y ciudadanos en general y urgió al fortalecimiento de las instituciones de seguridad y justicia a nivel estatal. El ejecutivo federal debe reconocer que los problemas que identifica en las jurisdicciones de sus pares, las tiene en su propio terreno. Difícil exhortar comportamientos en una dirección, si uno no hace lo conducente.

De las muchos acuerdos que Federación y estados suscribieron en el marco del Consejo de Seguridad, me llamó la atención uno en particular. Lo anunció la procuradora: un protocolo de registro de fallecimiento por rivalidad delincuencial. El mensaje de esta medida me pareció muy fuerte e indicativo de un viraje de fondo: todo fallecimiento ameritará un registro y la acción de la justicia. La muerte en el país parece que ya no tendrá permiso (por lo menos es la intención). Tan sólo hace unos meses las autoridades veían en la violencia entre grupos criminales el indicador de que se iba por buen camino. Hoy habrá un esfuerzo por reconocer el rostro de un caído, aunque sea un criminal. Las nuevas palabras del Presidente parece que tendrán un significado en la realidad. Esperemos que así sea.

*Directora de México Evalúa

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