De 1998 a la fecha, el país experimentó la alternancia de partidos en el poder y la creación de un instituto que garantiza el acceso a la información gubernamental. Se instauró el servicio civil de carrera y se fortalecieron las funciones de contraloría interna de la secretaría encargada del tema.
Edna Jaime
Desde que se mide la percepción de la corrupción en el país nos hemos mantenido en un rango muy penoso que oscila en una calificación de tres sobre diez. Y en términos relativos hemos retrocedido en el tiempo. Otros países han tenido más habilidades que nosotros para cambiar las realidades y condiciones que construyen la percepción sobre la corrupción entre sus habitantes, que es lo que mide y reporta Transparencia Internacional y su capítulo en México. Lo más paradójico es que en el lapso entre la primera y última medición sobre percepción de corrupción en el país han sucedido transformaciones monumentales, y sin embargo, la corrupción sigue tan ubicua como siempre.
De 1998 a la fecha, el país experimentó la alternancia de partidos en el poder y la creación de un instituto que garantiza el acceso a la información gubernamental. Se instauró el servicio civil de carrera y se fortalecieron las funciones de contraloría interna de la secretaría encargada del tema. También la Auditoría Superior de la Federación incrementó sus capacidades y avanzó en su profesionalización. Por lo menos a nivel federal, los medios de comunicación se deshicieron del tutelaje gubernamental, y las voces críticas y organizaciones activas en el tema de la transparencia y rendición de cuentas se han multiplicado. Y sin embargo, la corrupción en el país sigue siendo extendida y se practica con el mismo cinismo de siempre. Es más, hay quienes sugieren que está peor. En el viejo régimen había reglas no escritas hasta para robar. Y también castigos a quienes cruzaban las rayas de lo permitido. Hoy presenciamos el festín de quienes se benefician de la desaparición de los viejos controles y la inmadurez de los nuevos mecanismos para prevenir el abuso. El caso es que los mexicanos percibimos que al país se le sigue desangrando. Y las percepciones no se construyen en un vacío.
El problema es que en nuestro imaginario siempre asociamos corrupción con el PRI. Y sobradas razones tuvimos para ello. En la era priista la corrupción era un componente importante de los mecanismos de intercambio de un intrincado sistema de control y disciplina política. Por eso se arraigó hasta parecer un rasgo propio de nuestra cultura. Al asociar corrupción con PRI supusimos erróneamente que derrotando a uno acabaríamos con el otro. A todas luces no fue así. La salida del PRI de Los Pinos implicó el fin de una era pero no el ingreso al Nirvana para nosotros.
Pero así como fue falaz suponer que el PRI sólo encarnaba la corrupción, también lo es suponer que un gobierno con hombres decentes nos resolvería el problema. Ciertamente hay hombres y mujeres en el servicio público con más integridad que otros, y ojalá predominaran los primeros sobre los segundos, pero un buen gobierno no puede descansar sobre la expectativa del buen comportamiento de personas probas.
James Madison, uno de los arquitectos de la constitución norteamericana, argumentaba con gracia que los hombres no somos ángeles y por tanto nuestro comportamiento debería estar acotado por normas y leyes, lo mismo como ciudadanos que como parte de la clase gobernante.
Con esta premisa en mano, los norteamericanos diseñaron un complejo sistema de pesos y contrapesos en su sistema político y de gobierno que ha probado ser efectivo para prevenir el abuso de poder y también la corrupción. En ese tipo de mecanismo deberíamos estar pensando antes de cortarnos las venas suponiendo que somos bribones por naturaleza y así permaneceremos por el resto de nuestras vidas.
En México hemos avanzado en la construcción del andamiaje institucional para prevenir, detectar y sancionar la corrupción, por lo menos a nivel federal. Si tuviéramos que palomear un check list tendríamos una buena parte de los requisitos cubiertos. Ya lo decíamos, un instituto que garantiza el acceso a la información gubernamental, órganos de control interno más completos, entidades de fiscalización más profesionales, etc. Y sin embargo, no tenemos la efectividad deseada en la consecución del objetivo. Por decirlo de alguna manera, tenemos los ingredientes, pero todavía no logamos cocinar el pastel. Falta coordinar, tejer fino en el diseño e interacción entre estas instituciones para tener un sistema efectivo. Podríamos manejar dos explicaciones para entender esta omisión: la primera, que de plano estamos incapacitados para concebir y ejecutar los cambios institucionales que requerimos. La segunda es que el statuo quo es conveniente a tantos intereses que mejor ni moverle. Se finge torpeza, dilación en decisiones legislativas cuando lo que predomina es un interés porque las cosas permanezcan igual. Ningún político parece interesado en cerrar el arca y atarse de manos. Lo cierto es que con cada noticia como la que recibimos esta semana por parte de Transparencia Mexicana, los mexicanos nos decepcionamos más de la política. ¿Cuánto más podremos tolerar?
*Directora de México Evalúa.
De 1998 a la fecha, el país experimentó la alternancia de partidos en el poder y la creación de un instituto que garantiza el acceso a la información gubernamental. Se instauró el servicio civil de carrera y se fortalecieron las funciones de contraloría interna de la secretaría encargada del tema. También la Auditoría Superior de la Federación incrementó sus capacidades y avanzó en su profesionalización. Por lo menos a nivel federal, los medios de comunicación se deshicieron del tutelaje gubernamental, y las voces críticas y organizaciones activas en el tema de la transparencia y rendición de cuentas se han multiplicado. Y sin embargo, la corrupción en el país sigue siendo extendida y se practica con el mismo cinismo de siempre. Es más, hay quienes sugieren que está peor. En el viejo régimen había reglas no escritas hasta para robar. Y también castigos a quienes cruzaban las rayas de lo permitido. Hoy presenciamos el festín de quienes se benefician de la desaparición de los viejos controles y la inmadurez de los nuevos mecanismos para prevenir el abuso. El caso es que los mexicanos percibimos que al país se le sigue desangrando. Y las percepciones no se construyen en un vacío.
El problema es que en nuestro imaginario siempre asociamos corrupción con el PRI. Y sobradas razones tuvimos para ello. En la era priista la corrupción era un componente importante de los mecanismos de intercambio de un intrincado sistema de control y disciplina política. Por eso se arraigó hasta parecer un rasgo propio de nuestra cultura. Al asociar corrupción con PRI supusimos erróneamente que derrotando a uno acabaríamos con el otro. A todas luces no fue así. La salida del PRI de Los Pinos implicó el fin de una era pero no el ingreso al Nirvana para nosotros.
Pero así como fue falaz suponer que el PRI sólo encarnaba la corrupción, también lo es suponer que un gobierno con hombres decentes nos resolvería el problema. Ciertamente hay hombres y mujeres en el servicio público con más integridad que otros, y ojalá predominaran los primeros sobre los segundos, pero un buen gobierno no puede descansar sobre la expectativa del buen comportamiento de personas probas.
James Madison, uno de los arquitectos de la constitución norteamericana, argumentaba con gracia que los hombres no somos ángeles y por tanto nuestro comportamiento debería estar acotado por normas y leyes, lo mismo como ciudadanos que como parte de la clase gobernante.
Con esta premisa en mano, los norteamericanos diseñaron un complejo sistema de pesos y contrapesos en su sistema político y de gobierno que ha probado ser efectivo para prevenir el abuso de poder y también la corrupción. En ese tipo de mecanismo deberíamos estar pensando antes de cortarnos las venas suponiendo que somos bribones por naturaleza y así permaneceremos por el resto de nuestras vidas.
En México hemos avanzado en la construcción del andamiaje institucional para prevenir, detectar y sancionar la corrupción, por lo menos a nivel federal. Si tuviéramos que palomear un check list tendríamos una buena parte de los requisitos cubiertos. Ya lo decíamos, un instituto que garantiza el acceso a la información gubernamental, órganos de control interno más completos, entidades de fiscalización más profesionales, etc. Y sin embargo, no tenemos la efectividad deseada en la consecución del objetivo. Por decirlo de alguna manera, tenemos los ingredientes, pero todavía no logamos cocinar el pastel. Falta coordinar, tejer fino en el diseño e interacción entre estas instituciones para tener un sistema efectivo. Podríamos manejar dos explicaciones para entender esta omisión: la primera, que de plano estamos incapacitados para concebir y ejecutar los cambios institucionales que requerimos. La segunda es que el statuo quo es conveniente a tantos intereses que mejor ni moverle. Se finge torpeza, dilación en decisiones legislativas cuando lo que predomina es un interés porque las cosas permanezcan igual. Ningún político parece interesado en cerrar el arca y atarse de manos. Lo cierto es que con cada noticia como la que recibimos esta semana por parte de Transparencia Mexicana, los mexicanos nos decepcionamos más de la política. ¿Cuánto más podremos tolerar?
*Directora de México Evalúa.
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