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lunes, 2 de enero de 2012

Nuestro estado de ánimo

Los mexicanos, lo reconozcamos o no, transitamos por un duelo, porque es difícil estar expuestos a tanta violencia y desazón sin vernos afectados en nuestro interior. Por ello nuestras expectativas están a la baja y, como dice Villoro, nuestra crisis es real.

Edna Jaime*
Excelsior

Escribía Juan Villoro en su cuenta de Twitter que “nada se ha devaluado tanto como las expectativas… Cuando no puedes creer en lo intangible, la crisis en verdad es real”. Este estado de ánimo alicaído, pienso yo, es el rasgo emocional con el que cierra 2011 y si las cosas siguen igual, quizá también sea el signo del cierre de la administración del presidente Calderón.

Los mexicanos, lo reconozcamos o no, transitamos por un duelo, porque es difícil estar expuestos a tanta violencia y desazón sin vernos afectados en nuestro interior. Por ello nuestras expectativas están a la baja y, como dice Villoro, nuestra crisis es real. Bien haría esta administración si en lo que resta de su mandato, contribuye a modificar nuestro estado de ánimo. Y no me refiero a un Presidente activo en arengas y discursos inflamados de retórica, sino a un Presidente responsable que le restituya sus contenidos al oficio de la política. Para eso deben servir los últimos 11 meses de su administración: para que, con sus actos, los mexicanos elevemos nuestras expectativas de la política y restituyamos nuestra fe en lo intangible y también en el mañana.

¿Por dónde comenzar? Por aquellos espacios con más contenidos simbólicos. Acciones contundentes del gobierno federal para esclarecer muertes y hacer justicia. Hay millares en la lista pero se podría comenzar esclareciendo los más significativos: la muerte de Nepomuceno Moreno y Trino de la Cruz, dos integrantes del Movimiento por la Paz cuyo activismo les costó la vida. Tenemos evidencia de que en estos cinco años el gobierno federal ha creado las capacidades suficientes para resolver satisfactoriamente estos casos. Si no fuera así, habremos perdido el tiempo y cuantiosos recursos en proyectos fastuosos que se convirtieron en simples elefantes blancos porque no trajeron beneficio alguno para las víctimas y los ciudadanos.

El Presidente tiene que mostrar mucha más generosidad con la víctimas de la violencia. Transitar de una actitud de “graciosa concesión” a políticas públicas que resarzan daños, generen oportunidades y permitan a las “víctimas invisibles” de la violencia tener al menos la oportunidad de acceder a la justicia. Aunque existen avances en esta dirección, no se percibe una convicción genuina por establecer las condiciones más básicas para mejorar el sistema de justicia en el país. Ciertamente al Presidente de la República no se le puede hacer responsable de todo, porque no lo es. Pero su liderazgo todavía es importante para avanzar en los temas más apremiantes de la agenda de justicia en el país. La reforma penal ha avanzado con tumbos, sin la dirección y el liderazgo que necesitaba por parte del jefe del Ejecutivo. Sería un buen legado dejarla bien encauzada. Que el Presidente hablara de sus méritos y de la importancia de no dejarla caer. Si bien las omisiones de los últimos años no se pueden resarcir de último momento, algo se podría ganar si en estos meses el Presidente se convierte en un promotor de sus méritos. Convencernos de que a todos nos conviene.

No está de más mencionar que en el proceso que se avecina, el Presidente debe actuar como un jefe de Estado y no de partido. Y esto aplica para el proceso interno de su propio partido. Él siempre se ha presentando como un demócrata y qué mejor oportunidad que ésta para demostrarlo. Es público que el Presidente tiene favorito; es imprescindible que su preferencia no se convierta en imposición. Que buen mensaje estaría enviándonos si dentro de las filas de su partido permite una competencia pareja, sin sesgos ni privilegios. Este es un buen atajo para recobrar la confianza perdida.

Y en lo que sigue para el país, la altura de miras del Presidente será crucial. Asegurar condiciones para una competencia equitativa y para una transmisión del poder profesional y limpia que asegure continuidad en aquellos temas en donde hemos avanzado bien. Sería penoso para el país atestiguar un proceso impregnado por un sentimiento de revancha y encono.

Quedan pocos meses para que la actual administración entregue la estafeta. Son suficientes sin embargo para generar un estado de ánimo menos apagado. El Presidente puede iniciar un proceso de reconciliación nacional reconociendo a las víctimas y haciendo lo posible por hacerles justicia. Pero también podemos ser testigos de un proceso electoral y transmisión del poder ejemplar. El que todo suceda a pedir de boca no depende exclusivamente del Presidente, pero a él me remito porque sé que tiene la inteligencia y la sensibilidad para conducir este último tramo de su mandato con sensatez y con un sentido de responsabilidad que todos necesitamos. Ojalá que así sea.

*Directora de México Evalúa

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