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lunes, 28 de febrero de 2011

Imposibilidad o claudicación

Edna Jaime
Excélsior

Desde muy temprano, la presente administración federal manifestó hasta dónde llegaría su ambición. No fue exigente en la elección de la vara con la que mediría su actuación. En su propio discurso adoptó el concepto de la reforma posible, para hacer referencia a aquellas iniciativas de ley que de entrada acotaban sus pretensiones para poder transitar con mayor probabilidad de éxito por la feroz oposición legislativa. Se mandó entonces una señal: el proyecto del Presidente llegaría hasta donde las fuerzas rivales lo permitieran. Para mí, este enfoque, esta señal, tiene una implicación brutal: la claudicación implícita a modificar el estado de cosas. Y justamente eso es lo que este país está pidiendo a gritos.

En el más reciente de los Diálogos por la Seguridad, el presidente Calderón hizo mención a lo difícil que resultaba la lucha contra el crimen cuando los esfuerzos federales no encontraban eco en las instancias estatales y locales. Lo mismo escuchamos en otros muchos ámbitos de la política pública y la actividad pública: no vemos resultados por la falta de la llamada corresponsabilidad. Si bien la fragmentación del poder es un hecho real, también es cierto que se ha convertido en la justificación predilecta cuando se reportan malos resultados. En aquella mesa de diálogo que traigo a colación, luego de la queja presidencial, alguien sugirió al Presidente mecanismos e ideas concretas para que éste reforzara su ascendente sobre sus homólogos estatales. El comentario me pareció muy sensato y me hizo pensar en si lo que presenciamos es una terrible imposibilidad o una simple claudicación. Esto mismo se puede poner en otros términos: ¿es realmente la institución del Ejecutivo federal tan débil en el arreglo político mexicano o es el gobierno actual el incapaz?

No tengo la respuesta, seguramente es una combinación de ambos factores. Porque es un hecho que necesitamos acabar de reformar nuestro arreglo político. En su estado actual no provee los incentivos correctos y no genera la cooperación necesaria entre actores para llevar a buen puerto las decisiones que el país necesita adoptar. Pero también es cierto que sin proyecto y sin brújula, será imposible que la primera condición se haga realidad. Difícilmente la política mexicana se acomodará por sí sola. Necesitará de un plan y de un capitán que convoque y ejecute y ambos componentes han estado ausentes en la realidad mexicana de los últimos años. Por eso irritan las justificaciones que imputan al entorno el origen de fracasos recurrentes.

A esta administración le queda ya poco tiempo. No contará en su haber con alguna transformación paradigmática que lo inmortalice en el futuro. Se recordará a este periodo de gobierno como aquel en el que las circunstancias hicieron crisis y se manifestaron en una severa situación de criminalidad y violencia. Los años en los que se hizo patente que la sola administración del statu quo no era suficiente. Para construir un mejor futuro el país necesita derrotar los atavismos reales e imaginarios que lo mantienen cuasi paralizado.

En uno de sus libros más renombrados, Mancur Olson, un destacado economista estadunidense, presenta una serie de argumentos que buscan explicar la trayectoria económica de países que luego del auge, experimentaron estancamiento y retroceso. En la construcción de su teoría, habla de la conformación de grupos de interés bien organizados que, a lo largo del tiempo, adquieren una relevancia desproporcionada en la toma de decisiones, en la captura de instituciones y recursos que usan para sus propios fines y que acaban minando fatalmente las bases de crecimiento y prosperidad de una sociedad. Desde hace ya muchos años, México es presa de intereses y grupos que empatan a la perfección con lo modelado por Olson y que hoy minan dramáticamente nuestro futuro.

Frente a ello, tenemos dos opciones: aceptar que la realidad que nos imponen es inmutable o articular una agenda y el apoyo alrededor de la misma, que permita minar paulatinamente el peso de sus intereses en las decisiones del país. Después de varias administraciones al hilo que han esgrimido el argumento de la imposibilidad como bandera, nos hemos creído que el cambio es imposible.

Ojalá que en próximas administraciones no se hable de la reformas posibles en contraposición con las reformas deseables y que se dé una batalla cabal por la agenda de transformaciones que el país requiere. Ojalá que quienes tomen las riendas del país en el futuro no claudiquen antes de intentar.

*Directora de México Evalúa

edna.jaime@mexicoevalua.org

www.mexicoevalua.org

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