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jueves, 10 de marzo de 2011

Cambio de enfoque


Las declaraciones de Sócrates Rizzo, ex gobernador de Nuevo León, respecto a los arreglos tácitos entre el poder y el crimen organizado, dan gasolina a la idea de que podemos pactar una tregua con los mafiosos y regresar a la tranquilidad.


Edna Jaime
Excélsior

La semana pasada Sócrates Rizzo, ex gobernador de Nuevo León, hizo declaraciones que generaron gran revuelo, pero en realidad no tomaron por sorpresa a nadie. En una charla en un foro académico hizo alusión de los arreglos tácitos entre el poder y el crimen organizado que en un pasado no muy remoto permitieron que éste coexistiera de manera pacífica con el devenir cotidiano de la sociedad.

Sin duda, las declaraciones del ex gobernador dan gasolina a la idea de que podemos pactar una tregua con los mafiosos y regresar a la tranquilidad. Evoco una imagen caricaturizada de dicha idea: en una mesa de enormísimas proporciones veo sentados a todos los posibles implicados en un acto de esa naturaleza, sólo para desechar la posibilidad de que ese “macro pacto” sea posible. Creo, como muchos otros mexicanos, que la estrategia del presidente Calderón requiere un ajuste de esencia, pero en un sentido de muy distinta naturaleza a la de restaurar los pactos corruptos del pasado.

La idea que expondré en adelante no es propia. Se la he escuchado y leído a gente que respeto profundamente. Justamente hace un par de días, Alejandro Martí la expresaba a un grupo de mexicanos preocupados y a la vez activos respecto a la situación de violencia e inseguridad en sus respectivas localidades. Decía Alejandro, retomo la idea y no lo dicho textualmente, que el gobierno se había olvidado de los ciudadanos y que era necesario redirigir su mira para que en ella aparecieran las víctimas y los muchos mexicanos que vivimos con miedo y afectados directa e indirectamente por la violencia e inseguridad. En la actualidad, lo sabemos, los recursos están puestos en la captura de capos, el decomiso de drogas y de armas en una pretensión bastante cándida de que podemos ganar una batalla que quizá sólo se mitigue, si acaso, en el campo de la prevención. ¿Por qué no redirigir los recursos institucionales a la atención de los delitos que más laceran a la sociedad? Esto es, ¿por qué no concentrar toda la fuerza del Estado a combatir el secuestro, la extorsión, el homicidio? Sí, esos delitos que por vivirlos o percibirlos cerca, nos han robado la tranquilidad cuando no la vida de seres queridos. Esto no implica claudicar frente el crimen. Implica sí, pintarle una raya contundente y rotunda a lo que no será tolerado, ya lo decía Carlos Elizondo en su artículo semanal.

El presidente Calderón ha actuado con valentía. A él le explotó un problema que se gestó y creció décadas atrás. Pero ya en la fase final de su administración es necesario que abra el espectro de las opciones que tiene a la mano para enfrentar tan tremendo flagelo.

Si es cierto como se empieza a argumentar en los círculos de gobierno y entre los entendidos del tema, que la amenaza a la seguridad nacional que los macro grupos del crimen imponían al estado y nación mexicanos ya no está vigente, justamente porque se las ha fragmentado en tamaños menos amenazadores.

Si es cierto que la estrategia tuvo ese tremendo logro, aunque fuese imperceptible para el grueso de la población, entonces es tiempo de reparar en los daños colaterales.

Es tiempo de ofrecer justicia, seguridad y un entorno de paz a quienes no la han tenido en estos años. Es hora de cambiar el enfoque. Como decía Alejandro Martí, es hora de que se mire al ciudadano.

El trabajo que esto implica parece descomunal en nuestro entorno de difícil gobernanza. Es más fácil desplegar tropas y fuerzas federales en zonas de conflicto por petición o con la anuencia de los gobiernos de entidades federativas, que generar las condiciones de seguridad en una localidad, sobre todo si ya está colapsada. Esto segundo requiere de capacidad de gobierno, de visión, de sentido de propósito y prioridad, de liderazgo, valentía y la construcción de capacidades institucionales para mandar una señal contundente al crimen. Requiere sobre todo de liderazgo de autoridades estatales y locales que hasta ahora han sido meros espectadores de dramas sobre los que increíblemente la mayoría no se siente responsable.

En medio de esta pobreza, sería notable y terriblemente transformador que por lo menos un gobernador tomara el liderazgo de una estrategia que incorporara este enfoque: el de mirar al ciudadano, el de no tolerar los delitos que más laceran su paz y su sentido de integridad y en el que se reconozca que la violencia y el crimen tiene múltiples determinantes que requieren de gobiernos eficaces en más de un sentido. Necesitamos un ejemplo y también un caso de éxito. De entre todos nuestros ilustres ¿quién se atreve a emprenderlo?

*Directora de México Evalúa.

edna.jaime@mexicoevalua.org ; www.mexicoevalua.org

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