Un espacio para la discusión informada en torno al impacto de las políticas públicas

lunes, 16 de mayo de 2011

La mala educación

Hace años, un reconocido estudioso del tema acuñó una frase que escandaliza por su perenne vigencia: México es un país de reprobados. Lo que él afirmó en los albores de los 90 lo confirmamos ahora con los resultados de exámenes estandarizados de carácter nacional e internacional.


Edna Jaime

Excelsior



Se ha convertido en un rito el que cada año por estas fechas nos lamentemos por el mal estado que guarda la educación en el país. Hace años, un reconocido estudioso del tema acuñó una frase que escandaliza por su perenne vigencia: México es un país de reprobados. Lo que él afirmó en los albores de los 90 con la poquísima información disponible de entonces, lo confirmamos ahora con los resultados de exámenes estandarizados de carácter nacional e internacional.



Si la evidencia del problema abruma, si sus consecuencias son palpables y terriblemente lacerantes, y si las ideas para la transformación existen, ¿por qué no pasa nada? Sólo hay una respuesta posible: no se ha querido. Lo que en la jerga de la política se llama falta de voluntad, o de visión, o liderazgo o todo junto.



El arte de la política es hacer posible lo imposible. En nuestro contexto la política produce el efecto contrario: hace imposible lo que bien podría ser realidad.



Hace tres años el gobierno federal signó un acuerdo con el sindicato magisterial cuyo objetivo era elevar la calidad del servicio educativo para lograr en los jóvenes y niños un mejor aprovechamiento escolar.



La Alianza, como se le llamó, contemplaba una serie de ejes y programas cuyo elemento sustantivo era el comenzar a transformar la lógica con la que opera el cuerpo magisterial. Establecer los incentivos correctos para producir cambios de conducta en la dirección deseada. Un instrumento medular para lograr este objetivo fue el establecimiento del Concurso Nacional para el Otorgamiento de Plazas Docentes. Se supuso, creo yo correctamente, que el introducir criterios meritocráticos en la selección de maestros, podía jalar la hebra para desmadejar el control que ejerce el sindicato sobre la asignación de recursos, la distribución de plazas, en fin, sobre todo el quehacer educativo. Realmente consistía en un planteamiento que tendría efectos profundos. Un egresado de una escuela normal o un maestro en activo sin plaza, tendría ante sí la oportunidad de conseguir un puesto docente por sus propios méritos, ya no por herencia o por “contactos” con alguna autoridad burocrática o magisterial.



Como todo cambio que afecta intereses o privilegios, éste y otros componentes de la Alianza encontraron resistencias que se tradujeron en paros, manifestaciones y descontento. Y acabaron amedrentando a quienes debían impulsarla. Se impusieron los intereses que sostienen elstatu quo sobre el ánimo modernizador de un grupo que acabo siendo minoría. Y regresamos al punto de partida: convertimos en imposibilidad lo que pudo haberse administrado con talento y liderazgo.



Hoy, a tres años de la firma de la Alianza seguimos reproduciendo nuestro rito alrededor de nuestros muy pobres indicadores en materia educativa. Repetimos que el 50% de nuestros jóvenes no cuentan con habilidades lectoras y matemáticas mínimas. Y que la mayoría de los niños de escuelas primarias mantienen un logro educativo elemental o insuficiente. Igual nos preocupan las brechas de acceso a la educación por niveles de ingreso: nueve años de escolaridad separan al individuo del grupo más pobre del más rico. Menos conocido es el hecho que las familias pobres aportan un porcentaje significativo de su ingreso familiar para cubrir imprevistos escolares. Para una familia pobre el costo de oportunidad de esos recursos puede significar los alimentos de un día.



Mientras tanto los mexicanos desembolsamos cada vez más recursos para el financiamiento educativo. Patrocinamos programas de dudosa efectividad, como lo asienta un estudio de México Evalúa que recoge evidencia de las evaluaciones realizadas por Coneval a algunos programas en el sector, y mantenemos una planta de maestros cuyo número, perfil, ubicación, sueldo y funciones desconocemos. No hay un ángulo de la política educativa que arroje indicadores de que vamos por mejor camino.



En el tema educativo, como en tanto otros, nos hemos resignado a que los cambios son imposibles. Si acaso, podemos aspirar a transformaciones pausadas que tomarán generaciones en mostrar algún impacto en la realidad.



La Alianza, en sus orígenes, fue una iniciativa audaz que no recibió el suficiente respaldo. Quizá hoy podríamos estar contando una historia un tanto distinta si ésa hubiera sido la primera de muchas otras iniciativas audaces que tuvieran el efecto de cambiar la lógica de nuestro sistema actual. Sin duda la audacia requiere de políticos con visión pero también de una ciudadanía que los obligue a ampliar su mira, a arriesgarse y actuar.



No hay comentarios:

Publicar un comentario