Se hicieron públicos dos estudios sobre México. Uno manufacturado por la OCDE cuyo énfasis se centra en calidad de vida. Otro elaborado por el Instituto para la Economía y la Paz, con sede en Sydney, Australia, que mide el nivel de conflicto o concordia en las 153 naciones que analiza.
Mirar a México en una perspectiva comparada nos permite valorarnos objetivamente, más allá de percepciones, ideologías o nuestros propios mitos. Medirnos con la vara de nuestros similares, pero también con aquellos países que sintetizan nuestras aspiraciones, nos ayudan a calibrar nuestros avances y también ponerle una dimensión a nuestros rezagos.
En días recientes se hicieron públicos dos estudios que ponen a México en esa perspectiva. Uno manufacturado por la OCDE cuyo énfasis se centra en calidad de vida. Otro elaborado por el Instituto para la Economía y la Paz con sede en Sydney, Australia, que mide el nivel de conflicto o concordia en las 153 naciones que analiza.
En ambos ejercicios los puntajes que obtiene nuestro país hablan de grandes carencias y riesgos y apuntan a un problema común: las dificultades del Estado mexicano para hacerse cargo de manera cabal y con eficacia de los asuntos que son de su natural responsabilidad.
Este Estado débil, con capacidades disminuidas, es en buena medida causa de nuestra falta de progreso y, ciertamente también, de nuestro grave problema de inseguridad.
El trabajo de la OCDE mide calidad de vida. Responde con este instrumento al debate y demanda de organismos internacionales y ciudadanos de medir lo que realmente importa e ir más allá de los parámetros de desarrollo utilizados convencionalmente. Se trata de acercar las mediciones a cuestiones más tangibles para la gente y la medición de bienestar y calidad de vida es lo más aproximado.
Calidad de vida es un concepto complejo y abarcante que incluye dimensiones relacionadas con oportunidades y libertades, con satisfactores materiales básicos satisfechos, pero también con acceso a la provisión de bienes y servicios que permiten la acumulación de activos en forma de capital humano, de vivienda o patrimonio. Se trata de un conglomerado de temas que denotan desarrollo. Comparado con los gigantes que conforman el bloque de la OCDE, México todavía va muy atrás. Las brechas que nos distancian de los países desarrollados siguen siendo amplias y nuestra ubicación en el ranking que produce este indicador es muy parecido al que obtenemos en cualquier otra medición de la organización: último o penúltimo lugar. En nuestros años de pertenencia a la OCDE hemos tenido avances pero no los suficientes como para dejar de ser los pobres en este grupo de ricos.
El índice global de paz es una medición ingeniosa, no nueva (se presentó recientemente su quinta edición), que mide el binomio paz-violencia en una sociedad. Por agregación, da una idea de la situación que guarda el mundo en estas dos dimensiones. Al medir variables como crimen, violencia, homicidios, conflictos bélicos, gasto en armamento, circulación de armas, entre otras, reconoce sociedades que gozan de estabilidad y paz, y aquellas que se encuentran en conflicto franco o en riesgo de incurrir en él. Detecta también zonas de riesgo que prenden las alarmas mundiales. En su último recuento, México y Guatemala son reconocidas como zonas de riesgo por el notable deterioro presentado en el último año. El país ya no es un territorio de paz, como lo fue durante muchos años, a pesar de presentar conflictos localizados. Es ahora un espacio de conflicto que, según esta medición, se está agudizando.
Al observar las calificaciones que arrojan las mediciones reseñadas y otras tantas que abordan dimensiones como libertades políticas y la competitividad de la economía, no queda más que hacernos la pregunta de qué estamos haciendo mal. Y aunque en la tarea de empujar a un país hacia adelante concurren esfuerzos e iniciativas de todos, resulta imposible no señalar al gobierno como el factótum que hoy nos atora.
Desde hace mucho tiempo, el gobierno mexicano perdió efectividad y también rumbo. En buena medida esto tiene que ver con la desestructuración de los mecanismos del régimen priista anterior, y al surgimiento de una pluralidad de actores con poder en los procesos de toma de decisiones y en las ejecuciones de las mismas. Esta fragmentación de decisión y ejecución en la ausencia de un marco que le de coherencia, nos ha llevado al lugar en el que estamos: la mediocridad. Difícilmente vamos a resolver temas puntuales en una u otra arena de nuestra agenda pública, si no ponemos atención en lo profundo: nuestras estructuras de gobierno.
La fortaleza del gobierno se mide por sus resultados. Viéndolo así, nuestro gobierno es terriblemente débil. Qué paradójico: tan sólo una décadas atrás el Estado mexicano se jactaba de ser todopoderoso, hoy quisieramos que atendiera con eficacia lo más elemental.
*Directora de México Evalúa
edna.jaime@mexicoevalua.org;
http://www.twitter.com/mexevalua
http://www.facebook.com/mexicoevalua
No hay comentarios:
Publicar un comentario