Un espacio para la discusión informada en torno al impacto de las políticas públicas

lunes, 28 de marzo de 2011

De crimen, información y otros males

Nuestra pertenencia a la OCDE nos ha obligado a ser más serios en cuestión de generación y reporte de información y en algunos ámbitos la producimos con los estándares de primer mundo.

Edna Jaime
Excelsior

Vivimos una paradoja: por un lado se nos inunda con información de violencia y nota roja; por el otro, no contamos con la información más básica para entender qué diablos está pasando. Entre la sobreexplotación que hacen los medios de la violencia y el crimen y las profundas deficiencias de la estadística oficial, los mexicanos hacemos nuestras propias conjeturas de lo que en realidad ocurre.

Para la mayoría de nosotros el país está en llamas y nos agobia saberlo. Vivimos con el miedo de sabernos vulnerables ante el crimen, aunque las probabilidades de sufrir un incidente grave sean mucho menos elevadas de lo que calculamos. Ese desencuentro entre percepciones y realidades está haciendo que el crimen haga un daño más extendido y profundo que el que objetivamente infringe en las regiones ya identificadas como críticas. Cerrar esas brechas definitivamente implica más cuidado y profesionalismo por parte de los medios sobre la manera en que reportan la actividad criminal y los hechos de violencia —y por eso debemos celebrar el compromiso que recientemente signaron—, pero también y quizá de manera más marcada, de información veraz y oportuna sobre el estado de cosas por parte de la autoridad. En esta cuestión, el gobierno se convirtió en víctima de su propio pecado. En el vacío de información que generó, alguien más ocupó su lugar y de qué manera lo hizo.

La producción de información confiable, oportuna y certera es un indicador de calidad de gobierno. Nada más sencillo para probar lo anterior, que mirar los cuadros de estadísticas mundiales de las agencias internacionales. Invariablemente en ellos nos topamos con un “no disponible” en la celda que corresponde al dato de un país subdesarrollado. Con frecuencia nosotros caemos en esa categoría.

Nuestra pertenencia a la OCDE nos ha obligado a ser más serios en cuestión de generación y reporte de información y en algunos ámbitos (pocos) la producimos con los estándares de primer mundo. No es el caso de la información en materia de seguridad. En este ámbito la estadística tiene todos los inconvenientes imaginables: es inoportuna, de difícil acceso, discontinua y poco veraz. Difícil plantear buena política pública con esa información. También difícil generar conocimiento o entendimiento profundo sobre el estado de las cosas, cuando no existe la materia prima con qué hacerlo.

Un observador externo me comentaba su desconcierto por lo que consideraba un débil interés de la academia mexicana por estos temas. Cuando le describí el galimatías que implica armar una serie de tiempo, validar y conseguir información, resolver inconsistencias en la misma, entendió que no era por falta de curiosidad intelectual o talento esa falta de producción académica, sino por el mal estado de la estadística. Los estudios que han avanzado algún argumento y han iluminado nuestro entendimiento sobre esta problemática, se han construido con base en información hemerográfica o fuentes alternas, luego de meses, quizá años, de ardua labor de recolección de información que corre a cuenta del propio investigador. ¿Cómo exigirles más?

Si la información es una medida de calidad de gobierno, debemos seriamente preocuparnos por el nuestro. La producción de información ciertamente tiene que ver con los sistemas y tecnologías para almacenarla y procesarla, pero mucho más con capacidad de gestión y voluntad para producirla en el entendido de que sirve a la transparencia y a la propia medición de la gestión. De ahí la gran falla de Plataforma México, su énfasis ha estado en los fierros y no en la sustancia.

Plataforma México prometía ser ese gran concentrador y procesador de información que permitiría hacer inteligencia policial de la que estamos tan necesitados, pero también generar estadísticas básicas para situarnos con más justicia en la dimensión del problema de la inseguridad. Ojalá Plataforma México esté rindiendo frutos en la primer arena, porque en la segunda lo seguimos esperando.

El problema de información en México no es de tecnología, esa se consigue y proveedores sobran. El problema de información en general y de Plataforma México en lo particular, es de calidad de gestión, de capacidad de organización, de sistemas de trabajo ordenados y sistemáticos, de capacidades humanas, de coordinación entre distintas instancias gubernamentales, entre muchos otros factores. Como no los tenemos o tenemos muy pocos, la información no existe y Plataforma México no jala, así le sigamos invirtiendo millones de pesos.

Ojalá que el entusiasmo con el que las autoridades dieron la bienvenida al compromiso que los medios adoptaron en materia de comunicación criminal, sirva para que articulen sus propias iniciativas y acuerdos en materia de generación y divulgación de información. Esto es prioritario para no seguir dando palos de ciego y para que no sigamos sintiendo que todo el país está en llamas.

*Directora de México Evalúa

martes, 22 de marzo de 2011

De recursos y responsabilidades

En el río revuelto en el que vivimos cotidianamente, perdemos todos. Sería deseable que ahora que se abre el debate sobre la reforma fiscal, se toquen estos temas de sustancia, los que realmente pueden provocar una transformación de fondo en el país.

Edna Jaime
Excelsior

Nuestro presidencialismo omnipotente del pasado dejó una secuela: señalamos y culpamos al ejecutivo federal de casi todo lo que ocurre en el acontecer nacional. Si nos pega una epidemia, si el servicio de alumbrado público se atrofia, si sube el precio de la tortilla o reprobamos en la prueba ENLACE. Vaya carga la que lleva a cuestas nuestro Presidente: se le responsabiliza de todo cuando cada vez tiene menos recursos institucionales, legales y materiales para avanzar un proyecto o visión.

En un contexto desafortunado y con el lenguaje descuidado que lo caracterizó, el presidente Fox expresó su frustración en su a celebre “¿y yo por qué?” Qué ganas de preguntarle: si no le toca a usted señor Presidente, a quién sí.

Mientras no podamos como ciudadanos decantar con claridad responsabilidades en la administración de recursos y poder, no podremos exigir cuentas y menos esperar buenos resultados. De entre muchas de nuestras confusiones colectivas, ésta es una de las que más nos laceran.

Esta confusión no es gratuita. Está bien asentada en nuestro pasado y es producto de nuestras estructuras de gobierno y de funciones que se traslapan, se entorpecen, se anulan. También de asimetrías o desajustes increíbles que revelan procesos de cambio que se dieron porque eran inevitables, pero que nunca fueron planeados. Un ejemplo de lo anterior es la creciente capacidad de gasto de gobiernos estatales. Sabemos que gastan mucho, se endeudan cada vez más, pero no se les percibe ni se les identifica como responsables del desempeño de variables críticas para el desarrollo de sus estados.

En un análisis estadístico para el caso de México, con datos de las elecciones para gobernador de 1983 a 2007, se encontró que resultados concretos en las áreas de educación, salud y seguridad, no parecen influir en la manera como votan los ciudadanos en las elecciones para gobernador: cambios en variables como mortalidad infantil, personas que murieron sin atención médica, cobertura de educación primaria, homicidios per cápita, y número de sentenciados no afectaron el comportamiento de los votantes.

Si los votantes no toman en consideración estos elementos, ¿por qué los gobernadores se van a preocupar? Al no ser identificados como responsables, no tienen incentivo alguno a mejorar su gestión.

Cuando uno se adentra en la distribución de responsabilidades entre niveles de gobierno, se descubre que la valoración del ciudadano no es errada. Los gobiernos estatales no cuentan con autonomía real para definir las políticas públicas locales. Los ejemplos más claros e importantes son los de educación y salud. En ambos casos, los estados tienen que cumplir con un sinnúmero de regulaciones de carácter nacional que en la práctica ocasionan que no sean ellos los verdaderamente responsables del funcionamiento.

Para la educación, por ejemplo, el salario se negocia desde el gobierno central, para la apertura de una nueva escuela o hasta de plazas, el gobierno estatal tiene que pedir permiso al gobierno central. En el caso de las relaciones laborales, la Secretaría de Salud (Ssa) negocia los salarios y casi todo lo relacionado con capacitación, incentivos y hasta cuestiones de puntualidad. Asimismo, en muchos casos, la legislación no es precisa en cuanto a las responsabilidades de los diferentes niveles de gobierno. ¿Quién es el responsable del calendario escolar: la federación o los estados? ¿Hasta dónde pueden llegar las recomendaciones de las entidades federativas para el plan de estudios que hace el gobierno central? ¿El gobierno central debe aceptar las recomendaciones o puede rechazarlas?

A muchos nos parecería aterrador entregar responsabilidades de esta envergadura a gobernadores preciosos, pero también es claro que la situación actual nos coloca en el peor de los mundos posibles: uno en el que no hay responsables. Tenemos de dos: o el gobierno federal recoge las atribuciones que fue soltando con el tiempo y se asume como responsable de los resultados y las consecuencias de sus acciones (algo poco factible a estas alturas), o de plano se descentraliza en serio y se otorga autonomía a los gobiernos subnacionales en la definición de las políticas públicas que les conciernen, con la obligación adicional de hacerse cargo de recaudar más. En el río revuelto en el que vivimos cotidianamente, perdemos todos. Sería deseable que ahora que se abre el debate sobre la reforma fiscal, se toquen estos temas de sustancia, los que realmente pueden provocar una transformación de fondo en el país.

*Directora general de México Evalúa

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martes, 15 de marzo de 2011

El pasado se come nuestro futuro

En las raíces del problema de seguridad que enfrentamos, están esos muchos años de estancamiento o atonía en los que las oportunidades se estrecharon en lugar de magnificarse.Años desperdiciados para abatir la desigualdad social y crear un futuro prometedor.

Edna Jaime
Excelsior

Una pregunta reiterada para quienes observamos el entorno en el que se desenvuelve el país es por qué otros países “la hacen” y nosotros no. Países en variadas latitudes y con diversas formas de organización política, encontraron la coyuntura, el arreglo, el líder, la estrategia que les ha permitido echar andar a sus naciones en una ruta de crecimiento económico sostenido. El crecimiento si es elevado, si es constante, si se presenta por periodos largos de tiempo, tiene un poder transformador brutal. Lo tuvo en México en la época del desarrollo estabilizador. Pero así como el crecimiento económico transforma para bien, su ausencia tiene consecuencias muy destructivas.

En las raíces del problema de seguridad que enfrentamos, están esos muchos años de estancamiento o atonía en los que las oportunidades se estrecharon en lugar de magnificarse. Años desperdiciados para abatir la desigualdad social, para generar los activos físicos y humanos que sustentaran nuestro crecimiento, para innovar, en fin, para crear un futuro prometedor. Vale la pena que nos imaginemos dónde estaría la nación si esa promesa recurrente de crecimiento sostenido, el mágico número del 7%, se hubiera registrado de una manera constante. No tengo a la mano las pruebas que lo sustenten, pero bien puedo sugerir que los niños y jóvenes sicarios estarían en la secundaria o en la preparatoria y no matando en las calles. Es hora de que asumamos que la falta de crecimiento tiene consecuencias.

¿Cuál es nuestro problema? Simplemente ofrezco una intuición y en ella veo que nos hemos rendido frente al pasado. Nos arrodillamos frente a ese monumento y le rendimos tributo. A mi parecer, eso han hecho los gobiernos panistas desde que tomaron el poder y es lo que atestiguamos cotidianamente. Nuestro rostro actual es tan parecido al del pasado, que es difícil creer que llevemos diez años de administraciones no priistas en el poder. Puesto en otros términos, si el próximo presidente fuese de extracción tricolor, encontraría a los viejos aliados tan vigentes como siempre y al entorno muy parecido al de su viejo reinado. El problema es que justamente esa estructura de intereses y de relaciones políticas llevaron al país a la quiebra. Hoy lo siguen deteniendo.

Evidencia de lo anterior la encontramos en el campo mexicano y los cuantiosísimos recursos que se la asignan para alimentar los monstruos corporativos ahí asentados. Esos recursos no alivian la pobreza rural, tampoco impulsan de manera significativa su productividad. Usos alternativos a esos recursos podrían estar generando condiciones de crecimiento o cerrando brechas de desigualdad en muchos lugares necesitados del país. Quizá generando una estructura de oportunidades que compitiera con las que ofrece el crimen en la actualidad.

El caso educativo es más conocido y también más denunciado. No por ello las cosas mejoran. Año tras año destinamos más recursos al sector con mejoras casi imperceptibles en el pobrísimo desempeño de niños y jóvenes en las escuelas públicas (y también muchas privadas). Comprometer el futuro de nuestros jóvenes de esa manera resulta un pecado mortal. La educación es fuente de movilidad social, de igualdad de oportunidades, de libertad y bienestar, también es un activo para el crecimiento. Todo ello lo estamos sacrificando en aras de arreglo cómodo con un sindicato que es, a la vez, una máquina movilizadora de votos y una fuente de chantaje infinito. El precio que pagamos y, sobre todo, pagaremos, por esta complicidad es enorme. El sindicato y planta magisterial, mientras tanto, devora recursos con un apetito insaciable. Cuántos son, quiénes son, cuál es su perfil, cuánto perciben, por qué razón, son todas preguntas de las que es inaudito no tener respuesta en este siglo XXI, pletórico de herramientas tecnológicas que nos permitirían tener acceso a información por demás minuciosa.

El sector salud es uno más en el que los recursos asignados crecen como la espuma. No así mejora la salud de los mexicanos, ni la calidad de lo servicios médicos que se le ofrecen. Las tragedias humanas que se conocen por la falta de lo básico en hospitales, por la dificultad de acceso o por negligencia médica contrastan con lo elevado del costo administrativo de nuestro sistema. Gastamos en ello un promedio muy superior al que registra el resto de países de la OCDE.

Lidiar con el pasado es nuestro principal problema. Nos han faltado agallas para imaginar un futuro que nos dé la motivación para romper amarras y debilitar lo que hoy nos detiene. La organización corporativa de la sociedad fue crítica para la estabilidad en la era del PRI. Hoy es nuestro principal lastre. ¿Cuánto más dejaremos que nos dañe?

*Directora de México Evalúa

edna.jaime@mexicoevalua.org

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jueves, 10 de marzo de 2011

Cambio de enfoque


Las declaraciones de Sócrates Rizzo, ex gobernador de Nuevo León, respecto a los arreglos tácitos entre el poder y el crimen organizado, dan gasolina a la idea de que podemos pactar una tregua con los mafiosos y regresar a la tranquilidad.


Edna Jaime
Excélsior

La semana pasada Sócrates Rizzo, ex gobernador de Nuevo León, hizo declaraciones que generaron gran revuelo, pero en realidad no tomaron por sorpresa a nadie. En una charla en un foro académico hizo alusión de los arreglos tácitos entre el poder y el crimen organizado que en un pasado no muy remoto permitieron que éste coexistiera de manera pacífica con el devenir cotidiano de la sociedad.

Sin duda, las declaraciones del ex gobernador dan gasolina a la idea de que podemos pactar una tregua con los mafiosos y regresar a la tranquilidad. Evoco una imagen caricaturizada de dicha idea: en una mesa de enormísimas proporciones veo sentados a todos los posibles implicados en un acto de esa naturaleza, sólo para desechar la posibilidad de que ese “macro pacto” sea posible. Creo, como muchos otros mexicanos, que la estrategia del presidente Calderón requiere un ajuste de esencia, pero en un sentido de muy distinta naturaleza a la de restaurar los pactos corruptos del pasado.

La idea que expondré en adelante no es propia. Se la he escuchado y leído a gente que respeto profundamente. Justamente hace un par de días, Alejandro Martí la expresaba a un grupo de mexicanos preocupados y a la vez activos respecto a la situación de violencia e inseguridad en sus respectivas localidades. Decía Alejandro, retomo la idea y no lo dicho textualmente, que el gobierno se había olvidado de los ciudadanos y que era necesario redirigir su mira para que en ella aparecieran las víctimas y los muchos mexicanos que vivimos con miedo y afectados directa e indirectamente por la violencia e inseguridad. En la actualidad, lo sabemos, los recursos están puestos en la captura de capos, el decomiso de drogas y de armas en una pretensión bastante cándida de que podemos ganar una batalla que quizá sólo se mitigue, si acaso, en el campo de la prevención. ¿Por qué no redirigir los recursos institucionales a la atención de los delitos que más laceran a la sociedad? Esto es, ¿por qué no concentrar toda la fuerza del Estado a combatir el secuestro, la extorsión, el homicidio? Sí, esos delitos que por vivirlos o percibirlos cerca, nos han robado la tranquilidad cuando no la vida de seres queridos. Esto no implica claudicar frente el crimen. Implica sí, pintarle una raya contundente y rotunda a lo que no será tolerado, ya lo decía Carlos Elizondo en su artículo semanal.

El presidente Calderón ha actuado con valentía. A él le explotó un problema que se gestó y creció décadas atrás. Pero ya en la fase final de su administración es necesario que abra el espectro de las opciones que tiene a la mano para enfrentar tan tremendo flagelo.

Si es cierto como se empieza a argumentar en los círculos de gobierno y entre los entendidos del tema, que la amenaza a la seguridad nacional que los macro grupos del crimen imponían al estado y nación mexicanos ya no está vigente, justamente porque se las ha fragmentado en tamaños menos amenazadores.

Si es cierto que la estrategia tuvo ese tremendo logro, aunque fuese imperceptible para el grueso de la población, entonces es tiempo de reparar en los daños colaterales.

Es tiempo de ofrecer justicia, seguridad y un entorno de paz a quienes no la han tenido en estos años. Es hora de cambiar el enfoque. Como decía Alejandro Martí, es hora de que se mire al ciudadano.

El trabajo que esto implica parece descomunal en nuestro entorno de difícil gobernanza. Es más fácil desplegar tropas y fuerzas federales en zonas de conflicto por petición o con la anuencia de los gobiernos de entidades federativas, que generar las condiciones de seguridad en una localidad, sobre todo si ya está colapsada. Esto segundo requiere de capacidad de gobierno, de visión, de sentido de propósito y prioridad, de liderazgo, valentía y la construcción de capacidades institucionales para mandar una señal contundente al crimen. Requiere sobre todo de liderazgo de autoridades estatales y locales que hasta ahora han sido meros espectadores de dramas sobre los que increíblemente la mayoría no se siente responsable.

En medio de esta pobreza, sería notable y terriblemente transformador que por lo menos un gobernador tomara el liderazgo de una estrategia que incorporara este enfoque: el de mirar al ciudadano, el de no tolerar los delitos que más laceran su paz y su sentido de integridad y en el que se reconozca que la violencia y el crimen tiene múltiples determinantes que requieren de gobiernos eficaces en más de un sentido. Necesitamos un ejemplo y también un caso de éxito. De entre todos nuestros ilustres ¿quién se atreve a emprenderlo?

*Directora de México Evalúa.

edna.jaime@mexicoevalua.org ; www.mexicoevalua.org